Toc, toc, toc. Un grupo de jóvenes llama a la puerta del pub “The Hand & Racquet” cerrado desde 2007 y situado a sólo un par de cuadras de Picadilly Circus en pleno corazón de Londres. Al poco se asoma un chico y pregunta desconfiado si somos periodistas. Una joven rubia a mi derecha responde que ella sí lo es. “Lárgate de aquí, manipuláis todo lo que decimos”, recibe como respuesta. Yo decido mantenerme callado y entro en el edificio junto a los demás.
Es difícil imaginar que este edificio de tres plantas cayéndose a pedazos, decorado en estilo victoriano y donde todavía puede verse la barra del bar y los menús colgando de las paredes, sea el punto neurálgico de los okupas londinenses. Hace unos días fue ocupado por un grupo llamado Really Free School (Colegio Realmente Libre) formado por más de un centenar de personas, la mayoría jóvenes veinteañeros, los mismos que el mes pasado irrumpieron en la casa de Guy Ritchie, el ex de Madonna.
Tras sortear muebles y cajas de cartón vacías, producto de la última de muchas mudanzas, subí al primer piso donde una docena de personas escuchaba una charla, sentadas en sillones dispuestos alrededor de una amplia sala que en su tiempo había sido un comedor. Es una de las muchas conferencias que hay a diario en este espacio progresista gratis y abierto a todo el mundo donde se habla desde poesía cubana a teorías marxistas, y hasta se ofrecen clases de ruso y francés.
El Really Free School es la cara más visible de los okupas británicos, un movimiento en pleno auge debido a la actual crisis económica y el paro juvenil, según firmas inmobiliarias que ahora ofrecen agentes de seguridad para proteger casas desocupadas. Éstas advierten que los okupas cada vez usan métodos más sofisticados para penetrar en las propiedades y anular las alarmas, amparados por la lentitud de la justicia.
El fenómeno ha provocado tal escándalo que el ministro de la Vivienda, Grant Shapps, prometió hace poco presentar nuevas leyes a comienzos del próximo año para criminalizar a los okupas, consciente de la “miseria” que provocan. Y es que actualmente es legal ocupar una propiedad que esté vacía si no se han producido daños al entrar y los dueños sólo pueden expulsarles acudiendo a los tribunales, un proceso que suele tomar meses y cuesta miles de euros. Si uno decide tomarse la justicia en sus propias manos le saldrá caro y terminará en prisión.
Hasta que no cambien las leyes, sin embargo, los okupas británicos siguen campando a sus anchas. Éstos afirman que es injusto que miles de propiedades estén desocupadas (hasta 450.000 viviendas en el Reino Unido llevan más de seis meses vacías, según la ONG Shelter que trabaja con los sin techo) cuando hay gente viviendo en las calles. Su última víctima fue Saif al Islam, hijo del líder libio Muamar al Gadafi, cuya mansión valorada en 12 millones de euros en el exclusivo barrio de Hampstead, en el norte de Londres, fue ocupada recientemente por otro grupo denominado “Abajo los tiranos”.
Los miembros de Really Free School aseguran, eso sí, que ellos no pretenden derrocar a nadie ni ocupar casas privadas. “Lo de Ritchie fue pura casualidad, pensábamos que era una escuela abandonada. La prensa siempre nos acusa de ocupar propiedades privadas aprovechando que están en obras, pero eso es mentira”, comenta un joven con boina verde y barba quien, como todos los demás, prefiere no dar su nombre cuando le digo que trabajo para un medio español.
Explica que se unió al grupo hace un año tras graduarse de la universidad y no conseguir trabajo, y añade que viven gracias a donaciones y lo que encuentran en la basura y los vertederos y que va desde mesas y sillas a computadoras y proyectores. “Hace mes y medio decidimos no hablar más con los periodistas, son muy agresivos. Llegaban a preguntarnos si nos duchábamos y publicaron el nombre de uno de nuestros conferenciantes que es abogado, podrían haber arruinado su carrera”.
Hablamos en el segundo piso junto a la cocina donde varios de ellos, incluyendo una canadiense que está haciendo un doctorado sobre educación en una prestigiosa universidad local, preparan patatas fritas y calientan té. De repente uno advierte que afuera vuelve a haber periodistas. “Venga, ponte esto y asómate a la ventana que saldrás en los diarios”, ríe una chica señalando una capucha negra de lana sobre la mesa. “Me la tejió mi tía hace un mes, pero me dijo que sólo la usara para cosas pacíficas, ya veremos”.